Matthai Quelle: la incierta certidumbre de la filosofía*
Por Gabriel Trujillo Muñoz
Desde que el filósofo germano-mexicano Horst Matthai (Hannover, Alemania, 1912-Tijuana, México, 1999) puso pie en la Universidad Autónoma de Baja California (uabc), específicamente en la Escuela de Humanidades en la ciudad de Tijuana, ya nada pudo ser lo mismo en la vida académica de nuestra casa de estudios y en la vida real, activa, de todos los que se vieron involucrados con su pensamiento puesto siempre a debate. En el caso de Horst Matthai, su praxis unía tanto su labor de magisterio como la convivencia con sus alumnos, colegas y gente de la cultura tijuanense y bajacaliforniana. A esto se añadía que Matthai no era un filósofo de salón de clases solamente, pues en cuanto se abrió la carrera de filosofía en la uabc, en 1986, nuestro autor se dio a la tarea de difundir —primero por medio de ensayos y más tarde en forma de libros— sus investigaciones y meditaciones sobre temas filosóficos de distinta catadura y para públicos que iban desde especialistas hasta el lector promedio de un periódico de hoy.
Matthai quería exponer, a través de la palabra escrita, no un ideario, menos aún una ideología. Su punto de partida era la filosofía griega presocrática, pues desconfiaba de cualquier sistema de pensamiento globalizador y absolutista. Para él la filosofía no eran tratados polvorientos y conceptos rancios, sino una forma, muy lúcida y consciente de sí misma, de ser humanos, pero eso, en la entrevista que le hiciera María Esther Rodríguez, aceptaba que “para mí, en lo personal, el filosofar es tratar de despertar cierto potencial de la mente, que tal como yo lo concibo en la persona humana nos capacita para penetrar el universo hacia profundidades sin límite”. Él buscaba mantener abierta la creatividad de su propia mente, y señalaba que “imitar a otros, y de hecho repetir las ideas de otro, no es filosofar”.
Y esa creatividad mental se manifestó de inmediato: primero a través de ensayos publicados en las revistas de la uabc, como Travesía y la Revista de Humanidades, y, a partir de la creación de la Revista Universitaria, en al menos tres de las cuatro revistas integrantes de este proyecto: Yubai, Semillero de ideas y Paradigmas. Al mismo tiempo, Matthai comenzó a publicar sus monografías en la editorial de nuestra máxima casa de estudios; así salieron a la luz pública sus obras mayores: La teoría parmenídea del pensar (1990), Pensar y ser I. Ensayo de una fenomenología metafísica (1996), Pensar y ser II. La escuela de Mileto (1996) y Pensar y ser III. Heráclito el Obscuro (1997).
Si su primer texto publicado en Travesía en 1989 fue acerca de la relación maestro-alumno, el primer ensayo suyo que apareció en la Revista Universitaria fue sobre un tema que dominaba: el de la filosofía griega clásica. Pero entre ambos extremos —el texto de índole general y el artículo especializado—, Matthai siempre se vio a sí mismo como un hombre libre, como un maestro que aceptaba que “filosofar es darse al mundo, no esperar que el mundo le dé a uno; quizá sea éste un camino para que el mundo sea un lugar más digno para vivir”. Y añadía que para él enseñar era otra forma de practicar la filosofía, pues el auténtico filosofar de la humanidad —y lo que el propio Matthai buscaba ofrecer a sus alumnos, colegas y amigos— “consistiría en que cada individuo tratase de lograr la visión del universo que corresponde a su personal manera de ser”. Y para nuestro filósofo, su estancia y su trabajo en la uabc se basaban en una relación de respeto y libertad, de azar y necesidad:
La consideración primera para mí fue que la filosofía no debía venderse, de manera que decidí no dar enseñanza pagada de filosofía. Cuando se me invitó a esta universidad me ofrecieron una actividad que me pareció concordante con mi idea de lo que es el filosofar, esto es, poder pasar a otras personas más jóvenes en el inicio del filosofar ciertas pautas que en mí había desarrollado y me parecían adecuadas para que otros lograsen el camino hacia la filosofía. No una filosofía momificada y formalizada como la manejan en la mayoría de las universidades, sino una filosofía quizás ingenua pero viva, no sujeta a excesivas reglas; la compensación que recibo por ello es accidental, no la he pedido ni me he quejado de la insuficiencia de ella para sufragar mis gastos. Para ellos he tenido mis propios ahorros que me permiten compensar la parte faltante y puedo así filosofar a mi manera, sin compromisos de ninguna índole.
Matthai visitaba Mexicali de vez en cuando, y a veces llevaba, de propia mano, sus textos al Departamento de Editorial de la uabc. Gustaba de revisar galeras y platicar un rato con quienes trabajaban en hacer de sus palabras una publicación. Pero fue en la Escuela de Humanidades donde su presencia se volvió imprescindible no sólo para darle peso a la filosofía, sino para bajarla de las nubes metafísicas de la arcaica escolástica o del nacionalismo petulante, para convertirla en tema actual, en problemas de hoy, en solución real de nuestras dudas y conflictos. Uno de esos testigos privilegiados del magisterio de Matthai fue el poeta Eduardo Arellano, quien vio que muchos de los temas que se discutían alrededor del maestro se convertían, tarde o temprano, en textos a publicar. El mundo como alimento del espíritu. El pensar como diálogo y no como gracia:
Lo escuché por primera vez en marzo de 1998, en ocasión de una conferencia que dictó en la Escuela de Humanidades, bajo el título de “La cultura occidental y latinoamericana”. Lo que en ella dijo me conmocionó. Yo había leído —con atención, pero acaso sin la profundidad requerida— algunos de sus ensayos publicados en la Revista de Humanidades y luego en Yubai. La docta y clásica imagen que de él tenía entonces, se completó de golpe con esta otra imagen que su discurso, entrecortado y firme al mismo tiempo, me mostraba sin lugar a dudas. Ahí estaba, con su irrenunciable forma categórica de expresión, el filósofo. Ahí estaba el fracaso de Occidente y la dolorosa esperanza de Latinoamérica, la crítica del pensamiento europeo y de sus consecuencias, la denigración de la mujer y el azote de los monoteísmos. Entreverando extraños descubrimientos arqueológicos, documentadas infamias medievales y noticias de su propia experiencia personal, nos tejió un tapiz de evidencias que cifraba el pasmoso extravío de nuestra civilización en un momento dado de la historia. Un extravío vinculado con la represión y el olvido de un potencial humano proveniente de la sabiduría de la mitad de la humanidad: la de la mujer. Estaba ante algo que me superaba a todas vistas. Estaba ante el pensamiento personificado. Se trataba, más que de rendir las armas, de tener el panorama más claro.
Horst Matthai fue, hasta el final, un filósofo incómodo. Tanto para izquierdas y derechas resultaba un pensador que no daba su brazo a torcer con atajos ni facilismo. Como Felipe Lee lo recuerda: era un filósofo contaminante, uno que “a diferencia de los marxistas y los cristianos, jamás trata de imponer su filosofía a nadie. Su puntualidad, su ética del trabajo, era rigurosa, inquebrantable. Muy germánico”. Y Glery Cruz Coutiño refiere que “Matthai nunca se quedó en la teoría. Predicó con el ejemplo. Seguramente sus alumnos recordarán sus clases, donde toda acción coercitiva estuvo ausente, donde las listas de asistencia eran ignoradas y las evaluaciones —que no le gustaban— eran dialogadas”. Y lo mismo sucede con sus escritos: uno los lee y comienza a discutirlos en silencio, frente a un hombre que sólo deseaba que no olvidáramos el acto que nos hace humanos: el de pensar, el de indagarnos a nosotros mismos, pero no como una forma de confirmar nuestras presunciones y prejuicios, nuestras certezas y creencias, sino como una manera de zarandear cada cosa que sentimos segura, cada verdad que creemos inmutable. Era el rehuir el lugar común, la verdad absoluta, y adentrarse en el territorio de nuestra propia conciencia: dubitativa, impertinente y escéptica. Cuando Xóchitl Zambrano de Radio Universidad le preguntó para qué ser filósofo en una sociedad de frontera como la nuestra, tan inclinada al pragmatismo y a la acción sobre la reflexión analítica, Horst Matthai respondió:
Porque es peligrosa. Para empezar, envenena las mentes humanas con dudas, inquietudes que los llevan a dimensiones de pensar humano que ponen en crisis, y hasta echan a la basura todos los valores de nuestras llamadas civilización y sociedad. Por lo tanto, la supresión de ella es un proyecto seriamente contemplado por académicos de alto nivel. Así, en Latinoamérica habrá una paulatina sustitución de las instituciones humanísticas por tecnológicas, y entonces, ¿para qué vamos a pensar los latinoamericanos, si ahora quienes pensarán por nosotros serán los que nos manipulan y nos dominan, los llamados países desarrollados, empezando con Estados Unidos? Y si ya controlan nuestras economías, ¿cómo van a permitir que se gasten fondos públicos en una universidad que mantenga una escuela de humanidades donde se exponen ideas que pueden perturbar sus planes para manipularnos a su servicio como seres de explotación despiadada como hoy en día? Entonces, ¿para qué la filosofía? Esta nueva trayectoria carece de sentido.
¿Y usted por qué sigue ahí maestro?
Porque aprovecho el tiempo para esparcir veneno tan potente como el sida, de tal manera que para sembrar ideas filosóficas “incurables”, quien se haya puesto en contacto con ellas, hará que sobrevivan a pesar de todos los esfuerzos por matarlas. Por eso sigo aquí.
Horst Matthai es, a no dudarlo, el primer filósofo bajacaliforniano. No porque haya nacido aquí o en nuestro estado se haya formado, sino porque aquí, en Baja California, al vivir en una ciudad fronteriza como Tijuana, descubrió el elemento básico de su filosofía. Como un europeo del norte que primero vivió en la ciudad de México y más tarde, ya en sus años de adultez, se trasladó a residir en la frontera de México con los Estados Unidos de América, Matthai vio a esta zona de colindancias, de fricciones, como un campo de pruebas para su visión filosófica. En vez de la frontera cerrada, de la frontera cancel, de la frontera trinchera, Horst luchó por hacerla una frontera permeable, abierta al libre tránsito de las ideas con el fin de devolverle su humanidad, su sentido de solidaridad y pertenencia:
Muchos de los grandes pensadores de la antigua Grecia viajaban extensamente, y el cruce de muchas fronteras los puso en contacto con la sabiduría de algunos de los más antiguos pueblos de la Tierra. Empero, las culturas de aquellos pueblos estaban estancadas, sus fronteras encerraban sociedades rígidamente controladas y su pensamiento seguía cánones inflexibles. En cambio, los griegos, una vez asimiladas las profundas verdades sostenidas por sus anfitriones y ya de regreso en su país, las convertían en punto de partida de un proceso cuyo ímpetu no sólo no ha disminuido, sino que promete inspirar nuevas generaciones durante largos tiempos aún.
Y lo mismo puede decirse de Horst Matthai Quelle, filósofo de frontera, maestro de las nuevas generaciones de filósofos bajacalifornianos, cuya obra promete inspirarnos en estos tiempos de incertidumbre y violencia en que vivimos. Es su filosofía un puente abierto que sólo pide el documento de la curiosidad para pasar al otro lado, el pasaporte del escepticismo para vivir sin creencias protectoras, sin más certeza que cuestionarlo todo una y otra vez.
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*Agradecemos a Gabriel Trujillo por habernos proporcionado este texto que será incluido su libro Gente de frontera. Personajes memorables de Baja California (Cecut, 2010) de próxima aparición.
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