Entrevista al Maestro Horst Matthai
Por Alfonso René Gutiérrez
(Segunda parte)
Identidad, en El Mexicano, Tijuana, México, 11 de mayo de 1997
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HM - Como estrategias para la defensa de nuestra tradición cultural sugiero las que denominaré gandhiana y solshenitziana. La primera consistiría en hallar el talón de Aquiles de los países que pretenden imponer la economía de mercado —al tenor de la acción de Gandhi, quien venció al Imperio Británico económicamente—, y la segunda en la producción de una obra literaria —como la de Un día en la vida de Iván Denisovish— que despertaría, cual trueno ensordecedor, las conciencias de los latinoamericanos ante el peligro.
ARG - La estrategia gandhiana evoca naturalmente el principio de la no-violencia activa. Por desgracia, en el corto tiempo que sobrevivió a la independencia de la India, Gandhi comprobó trágicamente que la vida del hombre, como Freud lo demostró, la determina un frágil equilibrio (frágil sobre todo en épocas de crisis económica como la que vivimos, según las implicaciones sociales de la teoría freudiana) entre razón y barbarie. El que el propio Gandhi haya tenido que bendecir los aviones que el gobierno —formado por sus propios discípulos— envió contra Paquistán, es una dolorosa ilustración de que los problemas subsisten mientras subsisten sus causas, de que no hay manera de sustraerse, mientras esto ocurre, a la lógica interna y las imposiciones del sistema que éstas fundamentan. La cuestión moral de la no-violencia activa tiene hoy, mucho más que en tiempos de Gandhi, una repercusión económica, ya que si es llevada a sus últimas consecuencias se derrumbaría la economía de los países industrializados, como lo muestra el análisis de Mandel. En nuestro medio, por otra parte, sólo tal estrategia propicia la solución deseable al problema político de la vía armada, el que, dada la historia reciente del país, ha adquirido para nosotros un candente interés. ¿Cuáles cree Ud. que deban ser los límites activos de la no-violencia?
HM - Al hacer extensiva la problemática de los desequilibrios implícitos en la dinámica social —tratada hasta ahora tan sólo en relación con la economía del mercado, el parámetro establecido en la pregunta 3— a otras áreas de la realidad humana, desde luego se presentan, entre otras, la de la religión o la política, motivos de la pregunta 4.
Si bien ante una revisión de los datos históricos disponibles y la conocida convicción gandhiana respecto de la identidad étnica de la población hindú y musulmana de la antigua India, entre las cuales hasta su muerte trató de sembrar la semilla de la tolerancia, se hace cuestionable la fiabilidad del dato histórico citado en el preámbulo de la pregunta 4, ha de reconocerse la relevancia de dicha pregunta, pero referida al ser humano en general como individuo ubicado en el mundo actual. El ahimsa gandhiano —del sánscrito a-himsa, not hurting, not-injuring—, lejos de ser pasivo, implica resistencia activa: la desobediencia a la autoridad sin empleo de la violencia. Acerca de ésta, y parafraseando un dicho de Lutero, diríamos que hay una violencia de la espada —el poder secular— y una violencia de la palabra —el poder del clero—, de los cuales, como la historia ha mostrado, es más dañina la segunda. Por ende, el filósofo debe expresarse en forma de enigmas, como lo hicieron los pensadores arcaicos, para no participar de la violencia de la palabra, o sea, violentar personas fuera del alcance de la comprensión de sus ideas.
En base de lo expuesto se contesta, entonces, la pregunta 4 como sigue: No debe haber límites de la no violencia. No debe haberlas, porque los que ejercen la violencia se enmarañan —sin tener conciencia de ello— en un proceso de autodestrucción, cuya interrupción o alargamiento violentaría el acaecer cósmico mismo.
ARG - Casi siempre la violencia de la espada se anuncia con la de la palabra, y en el presente siglo se ha alimentado incluso con la ideología de las burocracias. En cuanto a la cuestión gandhiana, es sabido que cuando el pensador norteamericano Louis Fischer preguntó a Gandhi qué iba a hacer con las armas y los soldados cuando India fuera un país independiente, éste contestó que aquéllas las arrogaría al mar y a éstos los enviaría a trabajar al campo. Fischer le sugirió entonces la posibilidad de una invasión, y Gandhi respondió que a quien lo intentara le darían la bienvenida y lo recibirían como huésped. Sin embargo, cuando Paquistán atacó a la India él mismo bendijo los primeros tres aviones que fueron a bombardear aquel país; Rajneesh relata que los tres aviones aterrizaron en la villa donde Gandhi se estaba alojando en Nueva Delhi, y salió al jardín a bendecirlos. Es cierto que esto nos conduce al problema de la relación entre la moral y la política, la cual siempre está a su vez en una íntima relación de interdependencia con la economía, y no de simple contigüidad. Quisiéramos ahora detenernos en otra de las implicaciones de su respuesta a la pregunta sobre la tradición cultural, y el peligro de que ésta llegue por completo a lo que Paul Ricoeur ha llamado “el grado cero de la cultura de creación”, representado en el extremo por el triunfo de la cultura de consumo, “universalmente idéntico e integralmente anónimo”. ¿En qué sentido puede ser (si es el caso) el elemento indígena de la tradición cultural latinoamericana y específicamente mexicana, “un manantial de fértiles atavismos” —según la poética expresión de Ud. para esta tradición?
HM - En el preámbulo a la pregunta 5 se hace referencia a la interdependencia, mas no mera contigüidad, de la política y de la economía, problema éste cuya mención devana de lo que se afirma haya sido la traición de Gandhi respecto de su propia filosofía de la no violencia. Aceptando dicho aserto, veríamos en ello la característica del ser humano contemporáneo en general, es decir, de un ser que, como ya insinuado con antelación, se autodestruye. La noción misma de la política —del griego πολις, ciudad— supone la presencia de una ciudadanía, formada por individuos conscientes de su compromiso para con la sociedad a la cual pertenecen. Pero dicha sociedad no existe, ya que el contrato social dejó de cumplir el requisito mínimo señalado por Rousseau, a saber, “el de encontrar una forma de asociación que defiende y protege de toda fuerza común la persona y los bienes de cada asociado” (1). Sin embargo, altos índices de contaminación del entorno físico, consecuencia de la voraz explotación de los recursos naturales, sofisticadas manipulaciones subliminales de los estados de conciencia de las masas humanas y del despojo del producto de la labor humana mediante el gravamen oculto de cargas fiscales en los precios de los servicios y de los productos de consumo, así como devaluaciones de las monedas u otros trinquetes inventados por la corruptela organizada, impiden el cumplimiento de tal requisito. Por tanto, no existiendo el contrato social de facto, el ser humano ha de regresar a su estado prístino. Y es esto lo que la Real Academia define como atavismo, pudiendo las culturas indígenas americanas en general, pero las mexicanas en especial, enseñarnos a redescubrir la vida sencilla, ajena al absurdo consumismo contemporáneo, pero también el retorno a un estado poblacional sano, a la vez rescatando los naturales modos de control de natalidad que las indígenas empleaban antes de su sanguinaria erradicación a manos del Santo Oficio de la Corona Española durante los siglos de la Inquisición —o, en su caso, el uso de fármacos modernos.
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