Entrevista al Maestro Horst Matthai
Por Alfonso René Gutiérrez
(Tercera parte)
Identidad, en El Mexicano, Tijuana, México, 18 de mayo de 1997
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ARG - Heredero de una Ilustración que, consciente de dicha interdependencia entre economía y política tuvo como características una gran fe en el saber y el progreso y una espera confiada de garantías de libertad, Hegel pudo concebir el Estado como una encarnación de una comunidad que goza de libertad de pensamiento y expresión, y no tan sólo como una administración conveniente. Lo que está en juego, en efecto, no es sólo la libertad y la igualdad en la gestión económica de la sociedad —hasta Hitler después de todo tuvo un mercado libre—, sino la propia libertad de expresión integral de grupos e individuos. Frecuentemente tomamos la existencia de esta libertad con la naturalidad de lo dado; aunque estamos de acuerdo en que solamente tal libertad garantiza la dimensión plenamente humana de la cultura, solemos olvidar que la tendencia al autoritarismo hace de ella algo frágil. Actualmente, ejemplos de grandes desarrollos económicos como el chino o el coreano muestran que el desarrollo no necesariamente va unido a un incremento de la libertad. ¿Qué podría servir de antídoto de esta desproporción, o hay que aceptar fatalmente el fracaso de la “primacía de la razón como realización de la libertad”?
HM - En el preámbulo a la pregunta 6, donde se alude a la interdependencia de la economía y de la política en relación con la Ilustración y su fe en el progreso, acompañada de la confianza en el eventual logro de garantías de libertad, se contrapone el ideal hegeliano de un Estado como encarnación de la libertad de pensamiento y expresión a la realidad observable de lo que se llama autoritarismo en países como la República Popular China y la República de Corea del Sur, comunista la una, más capitalista la otra. Los ejemplos citados sugieren que no son el número de habitantes de un país, o la densidad de población, las condiciones que determinan bajo cuáles de ellas se pueda desarrollar el respeto a la libertad de pensamiento y expresión. Más bien un país como Gran Bretaña sería un ejemplo adecuado, pues fue en ella donde a partir de la Magna Carta (siglo XIII) y a través de siglos de intensos conflictos internos, se pudo crear un clima propicio para dicho respeto. Empero, que esta misma Gran Bretaña eventualmente negara los principios humanos implícitos en lo anterior, como quedó avalado por la sórdida historia de su comportamiento en el —hoy perdido— vasto imperio colonial adquirido en los siglos pasados, lamentablemente muestra que la primacía de la razón en aquel país en el mejor de los casos quedó reducida a un limitado número de individuos.
Y es esto lo que nos permite contestar la pregunta 6: No puede haber primacía de la razón colectiva. Pero que la haya en lo individual, y pueda repercutir en lo colectivo, como sucedió exitosamente en la famosa intervención de Pericles a favor de Anaxágoras en la antigua Hélade, hoy día se ha hecho un imposible, en cuanto la colectividad en definitiva usurpó la identidad de los individuos, convirtiendo a estos últimos en meros actores, cuya entrada o salida en escena les es indicada, como si fuese el apuntador, por la sociedad a la cual pertenecen. El antídoto, por ende, sería la renuncia a la colectividad y el retorno al estado prístino del individuo humano: el anarquismo.
ARG - Frente a esta concepción de la historia como el producto de la acción de élites de individuos auténticos (concepción para la cual, como observa Lucien Goldman, las ciencias positivistas pueden abarcar tanto el dominio de las ciencias naturales cuanto la sociología o la psicología de las masas que viven en el modo inauténtico), existe otra visión de la propia historia como el resultado de la acción de todos los hombres, no sólo de los individuos creadores. Mas hay algo en lo que esta última corriente está de acuerdo con la anterior, y es en que la sociedad moderna no sólo ha incrementado la libertad individual, sino que ha aumentado su control sobre el individuo. Tal control es propiciado plenamente por lo que Ud. ha descrito, en su obra Pensar y ser I, como la tendencia hacia “un colectivismo que pone en peligro la supervivencia del ser humano como individuo”. ¿Qué hacer ante esta erosión de la interioridad, ante lo que se ha llamado la “funcionalización” cada vez mayor de la vida social, situación que llevó a Karl Jaspers a describir, en 1930, el clima espiritual de la época con el concepto de “responsabilidad anónima”?
HM - Karl Jaspers como persona identificada con el dogma cristiano, tal como haciendo abstracción de las variantes asentadas en las diversas denominaciones cristianas derivadas de la Biblia, debía haberse abstenido de hablar de responsabilidad anónima, concepto ajeno a un dogma que sostiene la responsabilidad de todo cristiano ante una supuesta deidad en el juicio final. Y esto como tanta mayor razón en cuanto para el cristiano la ley divina sobrepasa la humana. En cambio, los llamados científicos que, a juicio de Hegel, usurpan un hombre que propiamente es exclusivo de la filosofía, llaman objetivo un conocimiento que, en palabras de Bertrand Russell —eminente partidario de la ciencia empírica—, es cierto, inexacto y parcial.
Ambos, el monoteísmo cristiano y el cientificismo empírico, aparentemente contradictorios y excluyentes uno de otro, se han acomodado mutuamente —recuérdese el reciente beneplácito otorgado por la Iglesia Católica a una teoría científica, arduamente combatida durante siglos— en beneficio de ambos, ya que de la sociedad humana se nutren y a la sociedad humana dominan. Se puede decir incluso que entre ellos, más la filosofía inspirada por Platón y Aristóteles perpetuada a través de la teología cristiana de la llamada cultura occidental, de la cual constituyen los rasgos sobresalientes, cargan a nuestro parecer, con la responsabilidad de deplorable estado en que se encuentra actualmente la humanidad y el planeta que habita.
A la pregunta 7 contestaríamos, entonces: Ante el erosionamiento de la interioridad humana y una funcionalización cada vez más asfixiante de la vida social, el individuo debe renunciar a su estado de pertenencia a una humanidad podrida y, mediante la exploración de las débiles huellas dejadas por una humanidad prístina, rescatar las pautas aún discernibles que hicieron posible la elevación de nuestra especie de la animalidad hacia el nivel humano.
ARG - En lo que se ha llamado el gran vuelco filosófico del primer tercia del presente siglo, Jaspers fue sin duda uno de los pensadores señeros que —siguiendo la senda de Kierkegaard y anunciando la de Heidegger— opusieron a la dicha “responsabilidad anónima” la filosofía de una existencia que, en ciertas situaciones límite en donde todo depende del individuo (sentimiento de culpabilidad, consciencia de finitud), aflora su interioridad como una reflexión no objetivante, la cual, como Gadamer comenta, normalmente queda oculta en el uso puramente funcional de la ciencia para el dominio del mundo. Por otra parte, el propio Gadamer indica que, en la interpretación teológica tradicional, el concepto de autocomprensión está relacionado con la idea de que sólo nos comprendemos a nosotros mismos en referencia a Dios, en un suceder parecido al del lenguaje (símbolo arquetípico de la palabra divina): “Cabe afirmar que la mismisidad se hace. Y esto es lo que dice el teólogo: que la fe es ese acontecer en el que se crea un hombre nuevo”. Nada de esto apunta a la anonimia, sino antes bien a la autorrealización.
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