jueves, 20 de mayo de 2010



browncheco — 19 de mayo de 2010 — Presentación del documental "Matthai: la filosofía como veneno" en la UABC con sus realizadores y su asesor, Eduardo Ramírez.
Video: Huracán.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Matthai Quelle: la incierta certidumbre de la filosofía*

Por Gabriel Trujillo Muñoz

Desde que el filósofo germano-mexicano Horst Matthai (Hannover, Alemania, 1912-Tijuana, México, 1999) puso pie en la Universidad Autónoma de Baja California (uabc), específicamente en la Escuela de Humanidades en la ciudad de Tijuana, ya nada pudo ser lo mismo en la vida académica de nuestra casa de estudios y en la vida real, activa, de todos los que se vieron involucrados con su pensamiento puesto siempre a debate. En el caso de Horst Matthai, su praxis unía tanto su labor de magisterio como la convivencia con sus alumnos, colegas y gente de la cultura tijuanense y bajacaliforniana. A esto se añadía que Matthai no era un filósofo de salón de clases solamente, pues en cuanto se abrió la carrera de filosofía en la uabc, en 1986, nuestro autor se dio a la tarea de difundir —primero por medio de ensayos y más tarde en forma de libros— sus investigaciones y meditaciones sobre temas filosóficos de distinta catadura y para públicos que iban desde especialistas hasta el lector promedio de un periódico de hoy.

Matthai quería exponer, a través de la palabra escrita, no un ideario, menos aún una ideología. Su punto de partida era la filosofía griega presocrática, pues desconfiaba de cualquier sistema de pensamiento globalizador y absolutista. Para él la filosofía no eran tratados polvorientos y conceptos rancios, sino una forma, muy lúcida y consciente de sí misma, de ser humanos, pero eso, en la entrevista que le hiciera María Esther Rodríguez, aceptaba que “para mí, en lo personal, el filosofar es tratar de despertar cierto potencial de la mente, que tal como yo lo concibo en la persona humana nos capacita para penetrar el universo hacia profundidades sin límite”. Él buscaba mantener abierta la creatividad de su propia mente, y señalaba que “imitar a otros, y de hecho repetir las ideas de otro, no es filosofar”.

Y esa creatividad mental se manifestó de inmediato: primero a través de ensayos publicados en las revistas de la uabc, como Travesía y la Revista de Humanidades, y, a partir de la creación de la Revista Universitaria, en al menos tres de las cuatro revistas integrantes de este proyecto: Yubai, Semillero de ideas y Paradigmas. Al mismo tiempo, Matthai comenzó a publicar sus monografías en la editorial de nuestra máxima casa de estudios; así salieron a la luz pública sus obras mayores: La teoría parmenídea del pensar (1990), Pensar y ser I. Ensayo de una fenomenología metafísica (1996), Pensar y ser II. La escuela de Mileto (1996) y Pensar y ser III. Heráclito el Obscuro (1997).

Si su primer texto publicado en Travesía en 1989 fue acerca de la relación maestro-alumno, el primer ensayo suyo que apareció en la Revista Universitaria fue sobre un tema que dominaba: el de la filosofía griega clásica. Pero entre ambos extremos —el texto de índole general y el artículo especializado—, Matthai siempre se vio a sí mismo como un hombre libre, como un maestro que aceptaba que “filosofar es darse al mundo, no esperar que el mundo le dé a uno; quizá sea éste un camino para que el mundo sea un lugar más digno para vivir”. Y añadía que para él enseñar era otra forma de practicar la filosofía, pues el auténtico filosofar de la humanidad —y lo que el propio Matthai buscaba ofrecer a sus alumnos, colegas y amigos— “consistiría en que cada individuo tratase de lograr la visión del universo que corresponde a su personal manera de ser”. Y para nuestro filósofo, su estancia y su trabajo en la uabc se basaban en una relación de respeto y libertad, de azar y necesidad:

La consideración primera para mí fue que la filosofía no debía venderse, de manera que decidí no dar enseñanza pagada de filosofía. Cuando se me invitó a esta universidad me ofrecieron una actividad que me pareció concordante con mi idea de lo que es el filosofar, esto es, poder pasar a otras personas más jóvenes en el inicio del filosofar ciertas pautas que en mí había desarrollado y me parecían adecuadas para que otros lograsen el camino hacia la filosofía. No una filosofía momificada y formalizada como la manejan en la mayoría de las universidades, sino una filosofía quizás ingenua pero viva, no sujeta a excesivas reglas; la compensación que recibo por ello es accidental, no la he pedido ni me he quejado de la insuficiencia de ella para sufragar mis gastos. Para ellos he tenido mis propios ahorros que me permiten compensar la parte faltante y puedo así filosofar a mi manera, sin compromisos de ninguna índole.

Matthai visitaba Mexicali de vez en cuando, y a veces llevaba, de propia mano, sus textos al Departamento de Editorial de la uabc. Gustaba de revisar galeras y platicar un rato con quienes trabajaban en hacer de sus palabras una publicación. Pero fue en la Escuela de Humanidades donde su presencia se volvió imprescindible no sólo para darle peso a la filosofía, sino para bajarla de las nubes metafísicas de la arcaica escolástica o del nacionalismo petulante, para convertirla en tema actual, en problemas de hoy, en solución real de nuestras dudas y conflictos. Uno de esos testigos privilegiados del magisterio de Matthai fue el poeta Eduardo Arellano, quien vio que muchos de los temas que se discutían alrededor del maestro se convertían, tarde o temprano, en textos a publicar. El mundo como alimento del espíritu. El pensar como diálogo y no como gracia:

Lo escuché por primera vez en marzo de 1998, en ocasión de una conferencia que dictó en la Escuela de Humanidades, bajo el título de “La cultura occidental y latinoamericana”. Lo que en ella dijo me conmocionó. Yo había leído —con atención, pero acaso sin la profundidad requerida— algunos de sus ensayos publicados en la Revista de Humanidades y luego en Yubai. La docta y clásica imagen que de él tenía entonces, se completó de golpe con esta otra imagen que su discurso, entrecortado y firme al mismo tiempo, me mostraba sin lugar a dudas. Ahí estaba, con su irrenunciable forma categórica de expresión, el filósofo. Ahí estaba el fracaso de Occidente y la dolorosa esperanza de Latinoamérica, la crítica del pensamiento europeo y de sus consecuencias, la denigración de la mujer y el azote de los monoteísmos. Entreverando extraños descubrimientos arqueológicos, documentadas infamias medievales y noticias de su propia experiencia personal, nos tejió un tapiz de evidencias que cifraba el pasmoso extravío de nuestra civilización en un momento dado de la historia. Un extravío vinculado con la represión y el olvido de un potencial humano proveniente de la sabiduría de la mitad de la humanidad: la de la mujer. Estaba ante algo que me superaba a todas vistas. Estaba ante el pensamiento personificado. Se trataba, más que de rendir las armas, de tener el panorama más claro.

Horst Matthai fue, hasta el final, un filósofo incómodo. Tanto para izquierdas y derechas resultaba un pensador que no daba su brazo a torcer con atajos ni facilismo. Como Felipe Lee lo recuerda: era un filósofo contaminante, uno que “a diferencia de los marxistas y los cristianos, jamás trata de imponer su filosofía a nadie. Su puntualidad, su ética del trabajo, era rigurosa, inquebrantable. Muy germánico”. Y Glery Cruz Coutiño refiere que “Matthai nunca se quedó en la teoría. Predicó con el ejemplo. Seguramente sus alumnos recordarán sus clases, donde toda acción coercitiva estuvo ausente, donde las listas de asistencia eran ignoradas y las evaluaciones —que no le gustaban— eran dialogadas”. Y lo mismo sucede con sus escritos: uno los lee y comienza a discutirlos en silencio, frente a un hombre que sólo deseaba que no olvidáramos el acto que nos hace humanos: el de pensar, el de indagarnos a nosotros mismos, pero no como una forma de confirmar nuestras presunciones y prejuicios, nuestras certezas y creencias, sino como una manera de zarandear cada cosa que sentimos segura, cada verdad que creemos inmutable. Era el rehuir el lugar común, la verdad absoluta, y adentrarse en el territorio de nuestra propia conciencia: dubitativa, impertinente y escéptica. Cuando Xóchitl Zambrano de Radio Universidad le preguntó para qué ser filósofo en una sociedad de frontera como la nuestra, tan inclinada al pragmatismo y a la acción sobre la reflexión analítica, Horst Matthai respondió:

Porque es peligrosa. Para empezar, envenena las mentes humanas con dudas, inquietudes que los llevan a dimensiones de pensar humano que ponen en crisis, y hasta echan a la basura todos los valores de nuestras llamadas civilización y sociedad. Por lo tanto, la supresión de ella es un proyecto seriamente contemplado por académicos de alto nivel. Así, en Latinoamérica habrá una paulatina sustitución de las instituciones humanísticas por tecnológicas, y entonces, ¿para qué vamos a pensar los latinoamericanos, si ahora quienes pensarán por nosotros serán los que nos manipulan y nos dominan, los llamados países desarrollados, empezando con Estados Unidos? Y si ya controlan nuestras economías, ¿cómo van a permitir que se gasten fondos públicos en una universidad que mantenga una escuela de humanidades donde se exponen ideas que pueden perturbar sus planes para manipularnos a su servicio como seres de explotación despiadada como hoy en día? Entonces, ¿para qué la filosofía? Esta nueva trayectoria carece de sentido.

¿Y usted por qué sigue ahí maestro?

Porque aprovecho el tiempo para esparcir veneno tan potente como el sida, de tal manera que para sembrar ideas filosóficas “incurables”, quien se haya puesto en contacto con ellas, hará que sobrevivan a pesar de todos los esfuerzos por matarlas. Por eso sigo aquí.

Horst Matthai es, a no dudarlo, el primer filósofo bajacaliforniano. No porque haya nacido aquí o en nuestro estado se haya formado, sino porque aquí, en Baja California, al vivir en una ciudad fronteriza como Tijuana, descubrió el elemento básico de su filosofía. Como un europeo del norte que primero vivió en la ciudad de México y más tarde, ya en sus años de adultez, se trasladó a residir en la frontera de México con los Estados Unidos de América, Matthai vio a esta zona de colindancias, de fricciones, como un campo de pruebas para su visión filosófica. En vez de la frontera cerrada, de la frontera cancel, de la frontera trinchera, Horst luchó por hacerla una frontera permeable, abierta al libre tránsito de las ideas con el fin de devolverle su humanidad, su sentido de solidaridad y pertenencia:

Muchos de los grandes pensadores de la antigua Grecia viajaban extensamente, y el cruce de muchas fronteras los puso en contacto con la sabiduría de algunos de los más antiguos pueblos de la Tierra. Empero, las culturas de aquellos pueblos estaban estancadas, sus fronteras encerraban sociedades rígidamente controladas y su pensamiento seguía cánones inflexibles. En cambio, los griegos, una vez asimiladas las profundas verdades sostenidas por sus anfitriones y ya de regreso en su país, las convertían en punto de partida de un proceso cuyo ímpetu no sólo no ha disminuido, sino que promete inspirar nuevas generaciones durante largos tiempos aún.

Y lo mismo puede decirse de Horst Matthai Quelle, filósofo de frontera, maestro de las nuevas generaciones de filósofos bajacalifornianos, cuya obra promete inspirarnos en estos tiempos de incertidumbre y violencia en que vivimos. Es su filosofía un puente abierto que sólo pide el documento de la curiosidad para pasar al otro lado, el pasaporte del escepticismo para vivir sin creencias protectoras, sin más certeza que cuestionarlo todo una y otra vez.

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*Agradecemos a Gabriel Trujillo por habernos proporcionado este texto que será incluido su libro Gente de frontera. Personajes memorables de Baja California (Cecut, 2010) de próxima aparición.

martes, 11 de mayo de 2010

Entrevista al Maestro Horst Matthai
Por Alfonso René Gutiérrez
(Cuarta y última parte)

Identidad, en El Mexicano, Tijuana, México, 25 de mayo de 1997 (no editado desde entonces en otro medio)*

Leer la primera parte, aquí.
Leer la segunda parte, aquí.
Leer la tercera parte, aquí.

ARG - El espíritu científico, que opuso, durante los siglos XVII y XVIII, lo que se ha llamado la unilateralidad de su metodologismo tanto al mensaje religioso como a la filosofía, acabó afirmándose, en el XIX, contra la filosofía hegeliana ("el último poderoso intento —como se ha dicho— de comprender filosofía y ciencia en una unidad"), a despecho de la crítica del propio Hegel que Ud. ha mencionado. Actualmente, lo que el filósofo —y el religioso— atestigua es una especie de venganza del cientificismo para con estas críticas, la transformación creciente de la vida en ciencia. A tal grado es así que ante el cambio imprevisible del mundo, escribe Gadamer, ya sólo esperamos de la ciencia en los momentos de crisis y conflicto que encuentre por sí misma las decisiones apropiadas. Más con todo este triunfalismo de la ciencia moderna, como el mismo autor lo indica, y "por más obvia que resulte, para quienes hoy viven, la penetración de los presupuestos científicos de nuestra cultura en la conciencia existencial de todos ellos, el pensamiento de los hombres sigue constantemente dominado, a pesar de todo, por problemas para los que la ciencia no tiene respuesta alguna". Ante esta situación, ¿dónde es que encuentra su tarea de filosofía?


HM - Aquí se plantea la intrigante cuestión de una filosofía apartada de la realidad que pudo provocar la pregunta: "¿dónde... encuentra su tarea la filosofía?" Para ello se alude a una "creciente transformación de la vida en ciencia", visible desde "las dos centurias anteriores", pero de una ciencia, en la cual destaca un pensamiento "dominado por problemas para los que la ciencia no tiene respuesta alguna".

A lo anterior podríamos agregar el récord nada envidiable de la ciencia como destructora de nuestro planeta en cuanto hábitat de la vida —y no sólo de la humana—, así como la creciente amenaza del uso de la violencia como paradigma de la relación entre individuos, grupos o pueblos enteros, ilustrada dicha violencia en su extremo despliegue hoy día, susceptibles de ser activadas en cualquier momento, de armas nucleares con un poder destructor equivalente a 1.000.000 de bombas del tipo lanzado en Hiroshima el 6 de agosto de 1954. He aquí la ciencia corriendo amok.

En la Grecia arcaica no se preguntaba por la tarea de la filosofía, porque, como ya asentado con anterioridad (contestación 1), la ciencia aún no se encontraba separada de aquella. Fue Aristóteles quien inició el trato de la realidad por áreas separadas que coinciden, en su mayor parte, con la clasificación de las ciencias hoy prevaleciente. Sin embargo, al desligarse las ciencias de la filosofía cortaron, para así decirlo, las raíces que las nutre y les da legitimidad, como retoño que son del mismo cosmos y del planeta Tierra que ahora están a punto de destruir.

La enorme complejidad del problema que la humanidad enfrenta, empero, impide la sugerencia de una contestación simple, aunque, viéndolo en un plano en extremo realista, la filosofía encuentra su tarea en el perenne reto del ¡Conócete a ti mismo!, siendo pues tarea de la filosofía el individuo, todo individuo.


ARG - Este imperativo de autocomprensión, Ud. sostiene, se facilitaría con el estudio de lo que ha llamado las huellas de "una humanidad prístina", estudio que podría propiciar, afirma, "el retorno al estado prístino del individuo humano: el anarquismo". Aunque esta posición ideológica suele ser criticada como una idealización del pasado remoto, como una postura arcaizante, es cierto que los intentos como éste de recuperar un humanismo perdido, si bien puede que sean un retorno a los valores arcaicos ("al menos desde el punto de vista formal", observa Lucien Goldmann, "puesto que las necesidades humanas se vinculan por naturaleza con el aspecto cualitativo de los objetos"), también pueden ser a la vez "una orientación real y esencial —señala este mismo autor— hacia posibilidades de desarrollo humano en el futuro". Mas el anarquismo también suele ser criticado por no precisar las mediaciones entre teoría y práctica, es decir, por no señalar los medios con los que se lograría en concreto la restauración sociocultural. Aquí, queríamos hacer nuestra, citando una vez más sus palabras la pregunta formulada por Gadamer, cuando afirma que "la exigencia de la filosofía de la historia universal propia de Hegel, (y con la que se cumple su filosofía del espíritu) es la de conocer y reconocer en la íntima necesidad del suceder también aquello que parece alcanzar, bajo la forma de un destino extraño, el individual". ¿Dónde debería ocurrir la conciliación de lo que en su crítica de la conciencia subjetiva, Hegel llamó el "espíritu subjetivo", con el "espíritu objetivo": en la dimensión ética del individuo ante las relaciones de trabajo, que representan la constitución fundamental de la sociedad humana?


HM - La filosofía hegeliana, en lo que atañe a la problemática del espíritu subjetivo y del espíritu objetivo, ha de apreciarse en diferentes niveles: llamaríamos —en el plano radical de la subjetividad— el primero de ellos la madurez de nuestro filósofo, mas el segundo el de su decadencia moral. Semejante caracterización de Hegel no será acogida con beneplácito por el academic establishment, pero nos parece necesaria para librarnos de los funestos efectos de la vergonzosa entrega de un gran pensador a una monarquía opresiva en lo interno y glorificadora de la guerra en lo externo. Adjudicamos a su decadencia la filosofía del derecho y la de la religión, a su madurez la Fenomenología del espíritu. y es en esta obra que Hegel sitúa históricamente, y a la vez dialécticamente, al espíritu en sus fases subjetiva y objetiva. Es cierto que presenta el espíritu objetivo como una superación del subjetivo, mas, concorde al significado del alemán aufheben, superar y conservar a la vez, el espíritu subjetivo queda conservado en el objetivo, para emerger, cual Fénix renaciente, como espíritu absoluto.

De acuerdo con lo anterior —dejando de lado aquel Hegel traidor de sus propios principios, lisonjero del Estado Prusiano en lo político y en lo religioso—, el espíritu absoluto deviene como síntesis del subjetivo y del objetivo. En otras palabras, el individuo, nacido en un estado de radical subjetividad, descubre la aparente objetividad de la naturaleza circundante, se socializa en el entorno familiar y comunal, reconoce en la sociedad una entidad en su propio derecho, siendo mera persona ejecutando un rol en la sociedad: el espíritu objetivo. Pero es a través de la filosofía, y en especial en la dimensión del pensar metafísico, que la persona se sabe individuo como todo lo que este concepto implica: un ser indivisible, sin límites ni fronteras, dueño, acorde a Stirner, del Universo entero. Sin embargo, en lo que en la pregunta 8 se llama la dimensión ideal el espíritu absoluto, en cuanto síntesis del subjetivo y del objetivo, habrá que recrear dicha síntesis en cada instante, recorriendo siempre de nuevo la figura dialéctica en sus tres momentos: espíritu subjetivo, espíritu objetivo y espíritu absoluto. En la dimensión ética, que es individual el espíritu subjetivo, espíritu objetivo y espíritu absoluto.


* Agradecemos al Mtro. Alfonso René Gutiérrez por habernos proporcionado esta entrevista.

sábado, 8 de mayo de 2010

El avance o teaser del documental Matthai: La filosofía como veneno será proyectado, con la presencia del equipo de realización, en los siguientes eventos:

Martes, 11 de mayo
11:00 AM
Audiovisual, Facultad de Humanidades, UABC
(durante el congreso de filosofía CONEFI)
Invitado: Mtro. Eduardo Ramírez
*Se regalarán ejemplares de los aforismos reunidos de Matthai (editados por TeM)

Martes, 18 de mayo
7:00 PM
La Casa de la 9
Invitado: Por confirmar

Viernes, 21 de mayo
10:00 AM
Plaza Río Tijuana
Sala de video de la 28 Feria del Libro
(en la mesa de proyectos de Inventiva)

Viernes, 4 de junio (¡Nueva fecha!)
5:00 PM
Audiovisual, Facultad de Humanidades, UABC
(mesa de proyectos de Inventiva)

Sábado, 5 de junio (¡Cambio de fecha!)
7:00 PM
Café [El Grafógrafo]
En el Pasaje Rodríguez, entre 3ra y 4ta,
(entrada por la Av. Revolución)
 

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