lunes, 25 de abril de 2011

Entrevista al Maestro Horst Matthai

Por Alfonso René Gutiérrez

(Primera parte)

Identidad, en El Mexicano, Tijuana, México, 4 de mayo de 1997

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HM - Sobre la humanidad se cierne una crisis sin precedente, agraviada por la globalización, panacea inventada por los políticos, los economistas o los sociólogos, para salirse de la maraña cada vez más compleja e inmanejable de los problemas que nos acechan. Pero en aquella crisis vemos la consecuencia precisamente de la pérdida de una globalización —empleando aquí dicho término con toda reserva—, que abarca no la política, la economía o la sociedad, sino lo que Dilthey llamaba las ciencias del espíritu. Pues en la antigüedad no se encontraban separadas la historia, la filosofía, la literatura y la comunicación, todas ellas disciplinas que componen la estructura de nuestra Escuela de Humanidades. Como decía Yukawa, hablando de la ciencia física: “Allí ‹en la Grecia antigua› no sólo se hallaban, la intuición y la abstracción, en completa armonía y equilibrio mutuo, sino que tampoco existía la enajenación de la ciencia de la filosofía, la literatura y las artes. Todas estas actividades culturales estaban cerca de la mente y del corazón de los seres humanos”.

En efecto, Acusilao de Argos (B 21), después de Hecateo (B 12), fue uno de los primeros en introducir el género de la prosa mitográfica en su patria, combinando historia y cosmogonía; Heráclito (B 129) atribuyó a Pitágoras el haber hecho historia; y el carácter didáctico de la filosofía griega arcaica, así como los diálogos llamados protrépticos, o sea, exhortativos, mostraban aquel otro aspecto de la actividad filosófica, la comunicación.

Una escuela de humanidades debería caracterizarse por aquella armonía y equilibrio citadas por Yukawa, aunque la realización de semejante proyecto toparía con la formidable oposición de los poderes globalizantes, empeñados en establecer su control sobre el planeta entero y, por tanto, nada dispuestos a apoyar planes de revitalización del humanismo, incompatible con sus tendencias manipuladoras.

ARG - Esta globalización negativa, que se realiza a costa de la integridad de las ciencias humanas y en cuya base está el problema de la reducción de la conciencia del mundo social y natural por parte del individuo, conlleva en efecto fuertes implicaciones ideológicas, a pesar de la pretensión “des-ideologizante” de quienes malinterpretan el ideal científico de separación de los juicios de hecho y los juicios de valor. ¿Cuál puede ser una forma concreta de promover, desde la filosofía universitaria, “aquella armonía y equilibrio” que Ud. señala como propias de una “globalización” auténtica?

HM - La ideología, a la cual alude el preámbulo a la pregunta 2, constituye uno de los más indispensables ingredientes de una sociedad moderna. Siendo filosofía petrificada, vertida en un molde dogmático, hace un papel análogo al del dogma de la Iglesia Católica, a veces compitiendo, a veces aliándose con este último en lo político como garante de poder. La llamada desideologización no es sino el presagio de la imposición de una nueva ideología, para mitigar las contradicciones gestadas durante la vigencia de la anterior, obstaculizando la continuación de aquél. Además, contrario a lo insinuado en el preámbulo, ideologías o dogmas destierran como irrelevantes temas como el del supuesto privilegio de “juicios de hecho” sobre “juicios de valor”. Así seudo hecho fabricados por dogmas e ideologías ostentan la categoría de valor, como lo mostraron ocho siglos de Inquisición instalada por la Iglesia Católica, varios años de “teoría genética” de la escuela Michurin/Lysenko impuesta en la URSS y la llamada “economía del mercado”, descaradamente propagada por los países desarrollados. Sabemos que la Inquisición torturó horriblemente y asesinó, por brujas y hechiceras, millones de mujeres de superior desarrollo espiritual, que los “hechos genéticos” de Michurin y Lysenko provocaron una espantosa hambruna en la Unión Soviética, y que la “economía del mercado” está por convertir en pordioseros a incontables millones de seres humanos en los países generosamente llamados “en desarrollo”.

Para poder salir de semejante cuadro desolador y de la “globalización”, de la cual es consecuencia, urge apelar a la creatividad humana, sólo operativa en un entorno donde estén equilibrados en armonía la naturaleza pasional humana y el potencial especulativo de la razón. Mas esto únicamente será posible respetando la diversidad humana, enraizada en milenarias tradiciones culturales, que en algunos casos, y sólo en algunos, aún es manantial de fértiles atavismos. Entonces, desde la filosofía universitaria, ha de crearse un clima multidisciplinario, en el cual pueda desplegarse el espíritu creador de lo humano. La forma concreta para ello sería dejar al académico en completa libertad de asociarse o no con otros investigadores, así como de programar su tiempo, lugares y área de investigación o trabajo.

ARG - Efectivamente, el caso aberrante Lysenko-Michuria (y en sentido opuesto, el de Galileo), por un lado, y por otro los de Comte, Durkheim y sus sucesores, suelen señalarse como ejemplos de que quienes no hacen —como observa Michel Lowy— una distinción metodológica fundamental entre el conocimiento científico y el humano, corren el riesgo de “naturalizar” las ciencias del hombre o de “ideologizar” las ciencias de la naturaleza. También es cierto que la ideología se piensa hoy menos como una distorsión o una falsa representación de la “realidad”, que como el elemento ético constitutivo de toda cosmovisión, elemento que determina una posición de praxis social en el presente, ya sea para cambiar el mundo o para mantenerlo tal cual. Típica representante de esta última actitud, la filosofía positivista y sus modernos equivalentes sostienen que la objetividad, incluso del conocimiento histórico tiene como condición la separación “científica” entre juicios de hecho y juicios de valor, ignorando, al suponer que este conocimiento, el cual se plantea el problema de la objetividad en términos totalmente distintos de los de las ciencias exactas. Es por esto alentadora su confianza en la posibilidad de desplegar desde la universidad ese “espíritu creador humano”, que armonice “la naturaleza pasional y el potencial especulativo de la razón”. Uno de los problemas que Ud. menciona es el de que la sociedad está siendo sometida, de forma creciente, a las leyes de competitividad de la economía de mercado internacional. ¿Cuáles cree Ud. que puedan ser algunas estrategias para la defensa de nuestra tradición cultural, ante los embates enajenadores de un proyecto basado en un régimen cada vez más autónomo de producción para el mercado?

HM - El concepto de la economía del mercado implica el libre juego de la oferta y la demanda que inciden en los procesos de producción, distribución y consumo. En una dimensión micro su función es observable en el tradicional tianquistli o tianguis mexicano. En él la abundancia de productores, distribuidores y consumidores garantiza que las oscilaciones en los precios de los productos reflejen las discrepancias entre oferta y demanda, tanto en el aspecto cuantitativo como en el cualitativo, y funcionen como correctores de los desequilibrios implícitos en la dinámica social humana. La macroeconomía, en cambio, elimina el elemento humano tanto de la oferta como de la demanda. La abundancia de productores, distribuidores y consumidores cede a la presencia de monopolios cada vez menos numerosos —ejemplo la Archer Daniel Midland Corporation, que jactanciosamente se autodenomina Supermarket of the World y controla un alto porcentaje se hable de cerca de 80% de la producción de granos en el mundo—, mientras que los consumidores manipulados por los medios de comunicación masiva —igualmente sujetos a monopolios de intereses financieros u otros— pierden su heterogeneidad, requisito indispensable para su función reguladora en la economía del mercado.

domingo, 24 de abril de 2011

Es el mito el que tienta la mente humana a explorar las profunidades del espíritu humano. [...] [Pero cabe señalar que,] si bien hay un mundo implícito en los mitos, la religión tan sólo es uno de los lenguajes desarrollado por el hombre para articularlo, siendo otro el de la filosofía.
De estos dos lenguajes el primero, el religioso, sin embargo, 'petrificaba' el mito que, como frontera, tenía la función de retar la ingeniosidad de la mente humana a explorar las profundas verdades atesoradas desde tiempos inmemoriables en los mitos. Además, tal exploración dependía precisamente de la permeabilidade de dicha frontera, que la religión, empero, convertía en un misterio impenetrable. [...]
El otro lenguaje, el filosófico, inmerso aún en el mito, que le sirve de arcano para los misterios —verdades conservadas desde los tiempos más remotos—, les revela a los iniciados, a los μυσται dichas verdades en su terminología mítica. Sólo los no iniciados, entonces, estando ajenos a la semasiología correspondiente, veían en los mitos ya sea incomprensibles símbolos, que habían de ser aceptados con fe, ya sea, como Agustinus, aberraciones.

Horst Matthai,
"El hombre y sus fronteras. Una visión filosófica",
Estudios sobre las culturas contemporáneas, año/vol. IV, no. 11, Colima, marzo 1991, pp. 39-40
Una humanidad sin fronteras, ni linguística, ni culturales, ni políticas, ni de ninguna otra clase, desembocará en el caos [...]


Horst Matthai,
"El hombre y sus fronteras. Una visión filosófica",
Estudios sobre las culturas contemporáneas, año/vol. IV, no. 11, Colima, marzo 1991
 

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